Hoy en día es imposible imaginar una función de cine sin el crujido de las palomitas o el aroma de los Hot-Dogs recién hechos. Sin embargo, estos clásicos del snack cinematográfico no siempre tuvieron su lugar asegurado en las salas. Su camino hasta convertirse en los favoritos de los espectadores está lleno de anécdotas e historia.
Palomitas de maíz: de la calle a la pantalla grande

Las palomitas de maíz tienen raíces muy antiguas: las civilizaciones indígenas americanas ya las preparaban como un alimento básico y festivo. Pero fue en el siglo XIX, con la invención de la máquina de palomitas de Charles Cretors en 1885, que su venta se volvió más popular. Estas máquinas portátiles podían instalarse en cualquier lugar, y las palomitas se convirtieron en un antojo accesible y barato para todos.
Durante la Gran Depresión en los años 30, las palomitas se convirtieron en el snack predilecto: mientras otros productos eran caros o difíciles de conseguir, las palomitas eran baratas y llenadoras. A la par, el cine sonoro transformó los cines en espacios más populares y menos elitistas, haciendo que comer dentro de la sala dejara de ser mal visto.
La anécdota que lo cambió todo

Al principio, los dueños de los cines no querían saber nada de las palomitas: pensaban que ensuciarían sus lujosas alfombras. Sin embargo, un vendedor ambulante tuvo la brillante idea de instalar su carrito de palomitas afuera de un cine. Los espectadores, fascinados por el aroma y el sabor, empezaron a entrar con sus bolsas de palomitas… y el dueño del cine se dio cuenta de que estaba dejando pasar una gran oportunidad, una verdadera mina de oro.
Lejos de pelearse con el vendedor, el dueño decidió instalar su propia máquina de palomitas dentro del cine. Fue un éxito inmediato: pronto, las ganancias de las palomitas superaron incluso las de la venta de boletos. Así nació la tradición de vender palomitas en las salas.
Los Hot-Dogs se suman a la función

Aunque llegaron un poco después, los Hot-Dogs encontraron un lugar privilegiado en el cine gracias a su sencillez y practicidad: pan, salchicha y un toque de mostaza, mayonesa o cátsup. Durante los años 40 y 50, la cultura de la comida rápida se popularizó en Estados Unidos, y el hot-dog se volvió el compañero perfecto de las palomitas en la función.
Con el tiempo, la combinación de ambos productos acompañados muy probablemente por un refresco, se consolidó como un ritual reconfortante para el espectador: algo que se puede comer con una mano mientras la otra está dedicada a la emoción de la pantalla.
Un ritual que trasciende el tiempo

Así fue como las palomitas de maíz y los hot-dogs conquistaron el corazón (y el estómago) de millones de cinéfilos. Lo que empezó como una molestia para los dueños de cines, se convirtió en uno de los mayores negocios de la industria. Y aunque los tiempos cambien y las películas evolucionen, estos snacks siguen siendo el sabor inconfundible de una función de cine. Hoy las «dulcerías» como se les llama en México o «concesiones» en los Estados Unidos, ofrecen además otra variedad de opciones que también se han vuelto populares.
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